ENVIADOS
-Dios
nos envía como testigos en el mundo. Dios no se sirve
normalmente de revelaciones directas, ni de ángeles. Es
la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y
visibilizan la voz y la obra salvadora de Cristo Jesús.
En
el A.T. se sirvió de profetas como Amós, un laico,
campesino. En el N.T., Cristo envió a los apóstoles a
predicar y preparar el camino del Reino. Y ahora Dios se
sigue sirviendo de todos nosotros, desde el Papa hasta
el último cristiano. Cada uno desde una misión
peculiar: no todos escriben "encíclicas" para
la Iglesia, ni han recibido el encargo de animar una diócesis
o una parroquia. Pero sí todos los cristianos somos
misioneros y testigos de la Palabra de Dios en el mundo
en que nos toca vivir: padres, catequistas, maestros, médicos
y personal sanitario, estudiantes, obreros... Todos, por
el bautismo y la confirmación, recibimos el noble
encargo de dar testimonio de Cristo.
El
mejor "enviado" y profeta es Cristo mismo.
Pero desde Amós en el AT, los doce en el NT, y Pablo
(un magnífico ejemplo de apóstol y enviado, que hoy
escuchamos en su anuncio gozoso de la carta a los
Efesios, una visión optimista de la historia), hasta
nosotros, la iniciativa de Dios, enviando profetas,
sigue en plena actualidad.
-Los
apóstoles de Cristo tienen un estilo propio. El
evangelio de hoy, sin llegar a ser un "manual de apóstoles",
nos pone unos interrogantes, y nos dice qué estilo de
apostolado quería Cristo que tuvieran sus enviados. O
sea, nosotros, cada uno en su tarea cristiana de
testigos en el mundo de hoy.
a)
Ante todo, la pobreza "evangélica": basta con
unas sandalias y un bastón, un modo de decir "lo
imprescindible", sin demasiados repuestos y apoyos
materiales. No se trata tanto de un sentido literal,
sino de una espíritu de radical desinterés económico,
para que nuestro apoyo sea la fuerza de la Palabra y no
los medios técnicos, que por otra parte, nos harán
falta (la Madre Teresa necesita millones para su obra de
atención a los pobres; los responsables de la animación
de una diócesis o de la Iglesia universal tendrán que
echar mano de medios técnicos para su misión). Pero el
espíritu es claro: el enviado de Cristo no tiene que
tener apego ni interés propio en estos medios.
b)
Lo que sí debe tener es total disponibilidad y dedicación,
sin caer en tentaciones de profesionalismo (Amós, un
profeta no profesionalizado), ni de instalación cómoda.
Además, el verdadero enviado no se "vende",
buscando el aplauso, o el interés propio. Seguramente
un verdadero profeta de Cristo -sea ministro ordenado o
laico de a pie que decide ser coherente en este mundo-
debe contar con la incomprensión y hasta con la
persecución. Como Amós por parte del sacerdote del
templo de Betel, o como Cristo (recordar, el domingo
pasado: no es profeta en su tierra), o los apóstoles,
que en algunas partes sí serán recibidos pero en
otras, no. Un cristiano que da testimonio de los valores
del evangelio, muchas veces contrarios a los que pregona
el mundo, resulta incómodo. Pero no por eso debe
claudicar en su tarea profética.
c)
Lo que debe predicar es el Reino, la Buena Noticia, la
Palabra de Dios: no a sí mismo; la iniciativa es de
Dios, no del mismo apóstol, y el contenido de su
anuncio también. Amós predica lo que Dios le ha
encargado. Los apóstoles anuncian el Reino: la palabras
y el mensaje que han visto y oído en Jesús.
d)
Y eso lo deben (debemos) hacer con palabras y obras:
además de las palabras, que pueden ser más o menos creíbles,
el cristiano debe dar testimonio con su vida y sus
obras: aquellos apóstoles expulsaban demonios y curaban
enfermos. Exactamente como hizo Cristo.
-Las
direcciones de aplicación. De nuevo hoy es un día en
que el primer interpelado por la Palabra es el mismo
predicador. Y no está mal que lo indique así. Porque
es un examen de conciencia de si somos a no apóstoles
de Cristo según el estilo que El quiere. Pero el
mensaje interpela a cualquier cristiano, que no sólo
está en este mundo "para salvarse él", sino
para ayudar a otros, o sea, para ser misionero y apóstol,
en nombre de Cristo, y en el ámbito de la Iglesia.
Todos tenemos la misma misión. En la familia, en el
trabajo, en los medios de comunicación, en el ámbito
de la escuela o de la sanidad, o de las iniciativas
parroquiales, todos podemos hacer bastante para dar
color cristiano a este mundo, para ayudar a discernir cuáles
son los valores según Dios y cuáles no. Desde Juan
Pablo II hasta el último confirmado de este año que ha
decidido ser valiente en su testimonio de fe cristiana.
No
estaría mal que se hiciera alusión al testimonio y
cooperación que un cristiano puede dar en el mundo de
la sanidad. Como los apóstoles curaban enfermos, ungiéndoles
con aceite, muchos tienen ocasión, en su propia
familia, o en las estructuras sanitarias, de atender a
los enfermos, Un lenguaje que resulta mucho más
inteligible que el de los discursos y las palabras
bonitas. Si uno, aunque "no le toque", es
capaz de atender una noche a un enfermo grave, o de
emplear voluntariamente unas horas ayudando a minúsválidos,
seguramente está dando un testimonio de Cristo más creíble
que si escribiera libros. Tampoco estaría mal que se
aludiera a la Unción de los enfermos, el sacramento que
la Iglesia ofrece para alivio de los cristianos que están
en ese trance serio de la enfermedad. Es el momento
privilegiado que un conjunto de atenciones pastorales
que la comunidad cristiana ofrece a los enfermos, como
parte de su testimonio de Cristo.
J.
ALDAZABAL (+)