REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

ELEGIDOS

Algunos suelen reafirmar su ateísmo, su agnosticismo o simplemente el no plantearse temas profundos a cerca de la fe y su compromiso, con la pregunta: "¿Es que has visto a Dios?"

Ya lo dijo Jesús: "A Dios nadie lo ha visto", únicamente el Hijo.

Pero el no ver no significa que no exista, que no se sienta su presencia, que no se escuche su voz en el interior del ser humano, que en algún momento no sintamos la necesidad de decir: "Dios está aquí".

Una forma a través de la que Dios habla y actúa es por medio de aquellas personas que él elige. En realidad, Dios elige a todos, aunque sólo algunos escuchan y se deciden por Él.

En la Palabra de Dios de hoy todo nos habla de la elección de Dios para ser portadores de su Palabra y de su amor.

Amós, un elegido para llevar la Palabra de Dios al reino de Israel, que se ha apartado de Yhavhé.

San Pablo nos ha dicho en la segunda lectura que Dios nos eligió para que fuéramos consagrados e irreprochables ante él por el amor.

Y Jesús ha elegido a los Apóstoles para que su palabra, su vida, su salvación lleguen a todos los hombres de todos los tiempos.

Los apóstoles actúan en nombre de Jesús y deben hacerlo con sus mismas actitudes.

Estas actitudes de Jesús son: humildad, sencillez, cercanía, con palabras y obras; siempre invitando y dando testimonio, sin imponer nada; y gratis: no hemos pagado la Palabra de Dios, no debemos cobrarla. La Palabra de Dios es impagable, puro regalo.

Por el Bautismo el Señor nos ha elegido; en la Confirmación hemos recibido la fuerza del Espíritu Santo para ser testigos; Y el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía es el alimento necesario para llevar a cabo la misión.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

LA MISIÓN

Los doce habían sido escogidos para que "estuvieran con él y enviarlos a predicar" (3, 14-15). En los capítulos anteriores les hemos visto separarse de la gente y seguir a Jesús, escuchar y aprender, vivir en comunidad con él; ahora (6, 7-13) Marcos nos muestra la otra dimensión del discípulo, la misionera. Las pocas palabras de Marcos (versículos 7-13) son muy densas del significado y constituyen, dentro de su brevedad, una especie de regla misionera.

Para describir la misión de los discípulos usa Marcos las mismas palabras que utiliza a través de todo el evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión, curaban a los enfermos, echaban a los demonios (versículos 12-13). La misión de los discípulos depende totalmente de la de Cristo y encuentra en ella su motivación y su modelo. Cristo supone en el discípulo esta triple conciencia: conciencia del origen divino de su misión ("los envió"), esto es, de una actividad querida por otro y no decidida por nosotros mismos; de un proyecto en que estamos metidos pero sin ser nosotros los directores de escena; la conciencia de salir de si mismo y de ir a otro sitio, a lugares nuevos, continuamente de viaje; la conciencia finalmente de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás.

Obsérvese la insistencia en la pobreza como condición indispensable para la misión: ni pan, ni morral, ni dinero, sino sólo calzado corriente, un bastón y un solo manto (versículos 8-9). Se trata de una pobreza que es fe, libertad y ligereza. Ante todo, libertad y ligereza; un discípulo cargado de equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de captar la novedad de Dios y demasiado hábil para encontrar mil razones utilitarias y considerar irrenunciable la casa donde se ha instalado y de la que no quiere salir (¡demasiadas maletas que hacer y demasiadas seguridades a las que renunciar!). Pero la pobreza es también fe; es la señal de que uno no confía en sí mismo, de que no quiere estar asegurado a todo riesgo.

Hay finalmente un tercer aspecto que no es posible olvidar: la atmósfera "dramática" de la misión. Quizás sea ésta la nota dominante de todo el capítulo. Está la dramaticidad de la repulsa y la dramaticidad de la contradicción. Dos sufrimientos que el discípulo tiene que arrastrar con valentía. La repulsa está ya prevista (versículo 11): la palabra de Dios es eficaz, pero a su modo. El discípulo tiene que proclamar el mensaje y jugárselo todo en él.

Pero tiene que dejar en manos de Dios el resultado. Al discípulo se le ha confiado una tarea, pero no se le ha garantizado el resultado. La otra dramaticidad, la de la contradicción, todavía es más interior a la naturaleza misma de la misión. El anuncio del discípulo no es una instrucción teórica, sino una palabra que actúa, en la que se hace presente el poder de Dios, una palabra que compromete y frente a la cual es preciso tomar una postura. Por tanto, es una palabra que sacude, que suscita contradicciones, que parece llevar la división en donde había paz, el desorden en donde había tranquilidad. La misión es, como dice Marcos, una lucha contra el maligno; donde llega la palabra del discípulo, Satanás no tiene más remedio que manifestarse, tienen que salir a la luz el pecado, la injusticia, la ambición; hay que contar con la oposición y con la resistencia. Por eso el discípulo no es únicamente un maestro que enseña, sino un testigo que se compromete en la lucha contra Satanás de parte de la verdad, de la libertad y del amor.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 94s

(Mercabá)

 


 

REFLEXIÓN - 3

ENVIADOS

-Dios nos envía como testigos en el mundo. Dios no se sirve normalmente de revelaciones directas, ni de ángeles. Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la voz y la obra salvadora de Cristo Jesús.

En el A.T. se sirvió de profetas como Amós, un laico, campesino. En el N.T., Cristo envió a los apóstoles a predicar y preparar el camino del Reino. Y ahora Dios se sigue sirviendo de todos nosotros, desde el Papa hasta el último cristiano. Cada uno desde una misión peculiar: no todos escriben "encíclicas" para la Iglesia, ni han recibido el encargo de animar una diócesis o una parroquia. Pero sí todos los cristianos somos misioneros y testigos de la Palabra de Dios en el mundo en que nos toca vivir: padres, catequistas, maestros, médicos y personal sanitario, estudiantes, obreros... Todos, por el bautismo y la confirmación, recibimos el noble encargo de dar testimonio de Cristo.

El mejor "enviado" y profeta es Cristo mismo. Pero desde Amós en el AT, los doce en el NT, y Pablo (un magnífico ejemplo de apóstol y enviado, que hoy escuchamos en su anuncio gozoso de la carta a los Efesios, una visión optimista de la historia), hasta nosotros, la iniciativa de Dios, enviando profetas, sigue en plena actualidad.

-Los apóstoles de Cristo tienen un estilo propio. El evangelio de hoy, sin llegar a ser un "manual de apóstoles", nos pone unos interrogantes, y nos dice qué estilo de apostolado quería Cristo que tuvieran sus enviados. O sea, nosotros, cada uno en su tarea cristiana de testigos en el mundo de hoy.

a) Ante todo, la pobreza "evangélica": basta con unas sandalias y un bastón, un modo de decir "lo imprescindible", sin demasiados repuestos y apoyos materiales. No se trata tanto de un sentido literal, sino de una espíritu de radical desinterés económico, para que nuestro apoyo sea la fuerza de la Palabra y no los medios técnicos, que por otra parte, nos harán falta (la Madre Teresa necesita millones para su obra de atención a los pobres; los responsables de la animación de una diócesis o de la Iglesia universal tendrán que echar mano de medios técnicos para su misión). Pero el espíritu es claro: el enviado de Cristo no tiene que tener apego ni interés propio en estos medios.

b) Lo que sí debe tener es total disponibilidad y dedicación, sin caer en tentaciones de profesionalismo (Amós, un profeta no profesionalizado), ni de instalación cómoda. Además, el verdadero enviado no se "vende", buscando el aplauso, o el interés propio. Seguramente un verdadero profeta de Cristo -sea ministro ordenado o laico de a pie que decide ser coherente en este mundo- debe contar con la incomprensión y hasta con la persecución. Como Amós por parte del sacerdote del templo de Betel, o como Cristo (recordar, el domingo pasado: no es profeta en su tierra), o los apóstoles, que en algunas partes sí serán recibidos pero en otras, no. Un cristiano que da testimonio de los valores del evangelio, muchas veces contrarios a los que pregona el mundo, resulta incómodo. Pero no por eso debe claudicar en su tarea profética.

c) Lo que debe predicar es el Reino, la Buena Noticia, la Palabra de Dios: no a sí mismo; la iniciativa es de Dios, no del mismo apóstol, y el contenido de su anuncio también. Amós predica lo que Dios le ha encargado. Los apóstoles anuncian el Reino: la palabras y el mensaje que han visto y oído en Jesús.

d) Y eso lo deben (debemos) hacer con palabras y obras: además de las palabras, que pueden ser más o menos creíbles, el cristiano debe dar testimonio con su vida y sus obras: aquellos apóstoles expulsaban demonios y curaban enfermos. Exactamente como hizo Cristo.

-Las direcciones de aplicación. De nuevo hoy es un día en que el primer interpelado por la Palabra es el mismo predicador. Y no está mal que lo indique así. Porque es un examen de conciencia de si somos a no apóstoles de Cristo según el estilo que El quiere. Pero el mensaje interpela a cualquier cristiano, que no sólo está en este mundo "para salvarse él", sino para ayudar a otros, o sea, para ser misionero y apóstol, en nombre de Cristo, y en el ámbito de la Iglesia. Todos tenemos la misma misión. En la familia, en el trabajo, en los medios de comunicación, en el ámbito de la escuela o de la sanidad, o de las iniciativas parroquiales, todos podemos hacer bastante para dar color cristiano a este mundo, para ayudar a discernir cuáles son los valores según Dios y cuáles no. Desde Juan Pablo II hasta el último confirmado de este año que ha decidido ser valiente en su testimonio de fe cristiana.

No estaría mal que se hiciera alusión al testimonio y cooperación que un cristiano puede dar en el mundo de la sanidad. Como los apóstoles curaban enfermos, ungiéndoles con aceite, muchos tienen ocasión, en su propia familia, o en las estructuras sanitarias, de atender a los enfermos, Un lenguaje que resulta mucho más inteligible que el de los discursos y las palabras bonitas. Si uno, aunque "no le toque", es capaz de atender una noche a un enfermo grave, o de emplear voluntariamente unas horas ayudando a minúsválidos, seguramente está dando un testimonio de Cristo más creíble que si escribiera libros. Tampoco estaría mal que se aludiera a la Unción de los enfermos, el sacramento que la Iglesia ofrece para alivio de los cristianos que están en ese trance serio de la enfermedad. Es el momento privilegiado que un conjunto de atenciones pastorales que la comunidad cristiana ofrece a los enfermos, como parte de su testimonio de Cristo.

J. ALDAZABAL  (+)