REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

AÑO NUEVO, VIDA NUEVA

Es sabido que los cristianos siempre comenzamos el año un poco antes. Cabe recordar ese dicho popular de Año nuevo, vida nueva, que quiere expresar algo muy humano: que nuestro corazón no se resigna al fatalismo de lo que acontece; que nuestro corazón tiene derecho a decir ¡basta! a tantas cosas que no van; que nuestro corazón es justo cuando, a pesar de todos los pesares, tiene la osadía de soñar una vez más.

Quizás por eso nos ponemos de acuerdo todos en una fecha mágica: 1 de enero, el año nuevo civil, para indultarnos mutuamente y concedernos unos a otros una especie de amnistía bonachona: nos perdonamos la tristeza, el cansancio, el sopor y el aburrimiento; nos perdonamos los desmanes, los rencores, las mentiras. Así, desde la trinchera de todas nuestras pesadillas, nos atrevemos a levantar con timidez la blanca bandera de los sueños en un mundo feliz. Lamentablemente, tan deseada amnistía suele durar lo que dura la resaca de unas fiestas, para luego zambullirnos en la opacidad de un cotidiano desilusionado y cansino, que tan rutinariamente siempre termina igual: en desencanto.

Podemos decir Año nuevo, vida nueva porque «la hemos visto con nuestros ojos y palpado con nuestras manos... Lo que vimos y escuchamos, esto, os anunciamos» (1 Juan 1, 1-3). La Vida Nueva que, año tras año, día a día, e instante tras instante, podemos celebrar, se llama Jesucristo. Esto quiere decir que ni la mentira, ni el caos, ni la muerte, tienen la última palabra desde que Alguien tuvo la locura, o el atrevimiento de proclamar: «Yo soy la Verdad, y el Camino, y la Vida». Y nosotros creemos en esa Vida Nueva que se ha hecho uno de nosotros, que puso su tienda de encuentro en las contiendas de nuestras insidias. O estaba loco para decir semejantes cosas, o sencillamente era Dios... y Hombre verdadero.

El Evangelio de este domingo es una invitación a la vigilancia. Una serie de imperativos tratarán de acercarnos al asombro de esta espera: «Levantaos, alzad la cabeza, tened cuidado, estad despiertos...» Vale la pena escuchar ese grito de nuestro corazón que continuamente nos reclama el milagro de una novedad que no caduque, y reconocer que Alguien, como ningún otro y para siempre jamás, tomó en serio ese grito, abrazó el grito del corazón humano, de mi corazón, pudiendo desde entonces volver a estrenar esperanzas y brindar felicidades.

El Adviento cristiano siempre es recordar a Aquel que vino ya, es acoger su venida incesantemente presente y, por último, es prepararnos al día de su vuelta prometida. Ésta es la paradoja de nuestra fe: hacer memoria de Quien vino, desde la acogida de Quien nunca se ha marchado, para prepararnos a recibir a Quien volverá. La paradoja consiste en que el sujeto es la misma persona: Jesucristo. Éste es el tiempo que nos prepara a la celebración de la Navidad cristiana. Levantémonos, despertemos.

Es posible una novedad, que no dependa de las uvas ni del champán, ni de unas fechas pactadas, sino de algo que ha sucedido, de Alguien que está entre nosotros. ¡Feliz año nuevo, feliz vida nueva!  
 

+ Jesús Sanz Montes, ofm

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

"UN MENSAJE GOZOSO "

Una primera dirección de las lecturas (y por tanto de la homilía) es que Dios nos quiere salvar, que se acerca a nuestra historia para liberarnos de todo mal. Ya en la primera lectura se han dicho para Israel, en circunstancias muy desgraciadas de su historia, palabras de optimismo: Dios suscitará un vástago nuevo en ese tronco viejo que es Israel y que parece estéril. Dios quiere salvar, porque es fiel a sus promesas. La salvación siempre viene de El: no de nuestros méritos. El salmo nos invita también a levantar nuestro ánimo, porque el Señor es bueno y sus caminos son de misericordia y lealtad.

Pero sobre todo es el evangelio el que, a pesar de que al principio su lenguaje parece catastrófico y terrible, nos ha anunciado que ese Dios todopoderoso, Señor de la historia y del cosmos, nos quiere salvar: "levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación". No hay mejor noticia que esta que nos trae el Adviento y la Navidad: que Dios viene de nuevo a nuestra historia, enviándonos a su Hijo, porque quiere renovarnos y liberarnos de todo mal. Por pobre que sea nuestra historia personal o comunitaria, hoy nos alcanza la buena noticia de la salvación de Dios en Cristo Jesús. Palabra de esperanza. ¿Parece un tronco seco la Iglesia o la sociedad o nuestra comunidad? Pues Dios nos asegura que tiene todavía vida. ¿Estamos personalmente en la angustia del destierro? Pues Dios nos anuncia la alegría de la liberación.

Todo lo viejo que hay en nosotros o en el mundo o en la Iglesia, todo lo que hay de cansancio y desilusión, queda superado por esta invitación a levantar la cabeza, porque ese Dios que en Cristo se acercó a nosotros y que vendrá también al final de los tiempos, es siempre el Dios-con-nosotros: y de una manera especial, sacramental, en esta Navidad de 19.. que ya empezamos a celebrar con la preparación del Adviento.

UN PROGRAMA SERIO DE CAMBIO

Pero no hay nada más exigente que una buena noticia, sobre todo cuando es noticia de amor y fidelidad. Y hoy, junto al anuncio gozoso, las lecturas nos ofrecen un programa serio.

La lectura de Jeremías hablaba de justicia y derecho. El salmo pedía: "enséñame tus caminos". Y Pablo nos ha dicho que la manera de prepararnos a la venida de Dios a nuestras vidas es rebosar en el amor mutuo y ser "santos e irreprensibles" ante Dios. No se trata de saber mucho o realizar grandes obras: lo que debemos hacer es amar mucho, y procurar agradar a Dios con nuestra vida.

Esto es lo que da profundidad a nuestra Navidad de este año y a nuestra marcha hacia el encuentro definitivo con ese Jesús que, además de nuestro Maestro y compañero de camino, será también nuestro Juez al final de la carrera.

El evangelio de Lucas es una llamada a la vigilancia, a estar de pie, despiertos, ante el Señor que viene a cambiar el mundo. Sin dejarnos embotar la cabeza por mil cuidados superfluos y valores no importantes. Es una llamada que puede resultar incómoda, porque nos hace despertar y nos pide una atención más coherente hacia los valores primarios que Dios quiere que apreciemos más.

Con una mirada hacia adelante -el Adviento y Navidad, más que historia, son un programa y una marcha- somos invitados a salir al encuentro del que viene a salvarnos, con una actitud dinámica por nuestra parte.

Es un mensaje que, concretado en cada homilía con alusiones más adaptadas, pueden entender muy bien los niños y los jóvenes, los sacerdotes y los laicos, los religiosos y los casados. Convocatoria al Adviento-Navidad para no quedar anquilosados y estériles, satisfechos y dormidos, sino abiertos a ese Cristo Jesús que siempre viene a nuestras vidas para ofrecernos su fuerza para nuestro camino y para nuestra lucha contra el mal.

J. ALDAZABAL (+)

 

 

REFLEXIÓN - 3

¡LA VIDA ES ESPERA!

El otoño es el tiempo ideal para meditar sobre los temas humanos. Tenemos ante nosotros el espectáculo anual de las hojas que caen de los árboles. Desde siempre se ha visto en él una imagen del destino humano. Una generación viene, una generación se va...

¿Pero es de verdad éste nuestro destino final? ¿Más mísero que el de los árboles? El árbol, después del deshoje, en primavera vuelve a florecer; el hombre en cambio, una vez que ha caído en tierra, ya no ve al luz. Al menos, no la luz de este mundo... Las lecturas del domingo nos ayudan a dar una respuesta a la que es la más angustiosa y la más humana de las cuestiones.

Recuerdo haber visto de niño, en una película o en un tebeo de aventuras, una escena que se me quedó fijada para siempre. Es por la noche y se ha caído un puente del ferrocarril; un tren, ignorante, llega a toda velocidad; el guardavías se pone entre éstas gritando: «¡Detente! ¡Detente!», agitando una linterna para señalar el peligro; pero el maquinista está distraído y no lo ve, y avanza arrastrando el tren al río... No querría cargar las tintas, pero me parece una imagen de nuestra sociedad, que avanza frenéticamente al ritmo de rock ‘n roll, desatendiendo todas las señales de alarma que provienen no sólo de la Iglesia, sino de muchas personas que sienten la responsabilidad del futuro...

Con el primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. El Evangelio que nos acompañará en el curso de este año, ciclo C, es el de Lucas. La Iglesia acoge la ocasión de estos momentos fuertes, de paso, de un año al otro, de una estación a otra, para invitarnos a detenernos un instante, a observar nuestro rumbo, a plantearnos las preguntas que cuentan: «¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? Y sobre todo, ¿adónde vamos?».

En las lecturas de la Misa dominical, todos los verbos están en futuro. En la primera lectura escuchamos estas palabras de Jeremías: «Mirad que días vienen –oráculo del Señor- en que confirmaré la buena palabra que dije a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella sazón haré brotar para David un Germen justo...».

A esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico le da un horizonte o contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos. «Las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria».

Son tonos e imágenes apocalípticas, de catástrofe. Sin embargo se trata de un mensaje de consuelo y de esperanza. Nos dicen que no estamos caminando hacia un vacío y un silencio eternos, sino hacia un encuentro, el encuentro con aquél que nos ha creado y que nos ama más que un padre y una madre. En otro lugar el propio Apocalipsis describe este evento final de la historia como una entrada al banquete nupcial. Basta con recordar la parábola de las diez vírgenes que entran con el esposo en la sala nupcial, o la imagen de Dios que, en el umbral de la otra vida, nos espera para enjugar la última lágrima que penda de nuestros ojos.

Desde el punto de vista cristiano, toda la historia humana es una larga espera. Antes de Cristo se esperaba su venida; después de él se espera su retorno glorioso al final de los tiempos. Precisamente por esto el tiempo de Adviento tiene algo muy importante que decirnos para nuestra vida. Un gran autor español, Calderón de la Barca, escribió un célebre drama titulado La vida es sueño. Con igual verdad se debe decir: ¡la vida es espera! Es interesante que éste sea justamente el tema de una de las obras teatrales más famosas de nuestro tiempo: Esperando a Godot, de Samuel Beckett...

Cuando una mujer está embarazada se dice que «espera» un niño; los despachos de personas importantes tienen «sala de espera». Pensándolo bien, la vida misma es una sala de espera. Nos impacientamos cuando estamos obligados a esperar una visita o una experiencia. Pero ¡ay si dejáramos de esperar algo! Una persona que ya no espera nada de la vida está muerta. La vida es espera, pero es también cierto lo contrario: ¡la espera es vida!

¿Qué diferencia la espera del creyente de cualquier otra espera, por ejemplo, de la espera de los dos personas que aguardan a Godot? Ahí se espera a un misterioso personaje (que después, según algunos, sería precisamente Dios, God, en inglés), pero sin certeza alguna de que llegue de verdad. Debía acudir por la mañana, envía a decir que irá por la tarde; en ese momento dice que no puede ir, pero que lo hará con seguridad por la noche, y por la noche que tal vez irá a la mañana siguiente... Y los dos pobrecillos están condenados a esperarle; no tienen alternativa.

No es así para el cristiano. Éste espera a uno que ya ha venido y que camina a su lado. Por esto, después del primer domingo de Adviento, en el que se presenta el retorno final de Cristo, en los domingos sucesivos escucharemos a Juan Bautista que nos habla de su presencia en medio de nosotros: «¡En medio de vosotros -dice- hay uno a quien no conocéis!». Jesús está presente en medio de nosotros no sólo en la Eucaristía, en la palabra, en los pobres, en la Iglesia... sino que, por gracia, vive en nuestros corazones y el creyente lo experimenta.

La del cristiano no es una espera vacía, un dejar pasar el tiempo. En el Evangelio del domingo Jesús dice también cómo debe ser la espera de los discípulos, cómo deben comportarse entretanto, a fin de no verse sorprendidos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida... Estad en vela, pues, orando en todo tiempo...».

Pero de estos deberes morales tendremos ocasión de hablar en otros momentos. Termino con un recuerdo cinematográfico. Hay dos grandes historias de iceberg llevadas a la gran pantalla. Una es la del Titanic, que conocemos bien..., la otra la relata la película de Kevin Kostner Rapa Nui, de hace algunos años. Una leyenda de la isla de Pascua, situada en el Océano Pacífico, dice que el iceberg es en realidad una nave que cada ciertos años o siglos pasa junto a la isla para permitir al rey o al héroe del lugar encaramarse a ella e ir hacia el reino de la inmortalidad.

Existe un iceberg en la ruta de cada uno de nosotros, la hermana muerte. Podemos fingir que no lo vemos o no pensar en ello como la gente despreocupada que, en el Titanic, estaba de fiesta esa noche, o podemos estar preparados para subirnos y dejarnos conducir hacia el reino de los santos. El tiempo de Adviento debería servir también para esto...

P. Raniero Cantalamessa, ofmcap